Usando la
definición de Wikipedia, “Canon”, en lo que se refiere a materias religiosas,
se describe como “la lista de textos los cuales una comunidad religiosa
mantiene como [sagrada] escritura”. La palabra viene del griego, y fue usada
por primera vez por la Cristiandad para referirse a sus textos. Definiciones de
enciclopedia de lado, significa “Esto es lo que es real”; un proceso de
selección usado para determinar qué es o no parte de un todo.
Como nosotros los
fans tomamos tan en serio nuestras aficiones, eventualmente tomamos esa palabra
para describir estos mundos imaginarios, y como resultado se han dado décadas de
discusiones, algunas veces alcanzando el estatus de “académicas”; otras, más
que nada informales, tratando de determinar la respuesta a esa pregunta tan
trascendente: ¿Qué es Real?
Todos estos
mundos imaginarios tratan de alcanzar el nivel de “Mitología” (una discusión
para otra ocasión, cuya respuesta va más allá de un Sí o No) y las discusiones
que tratan sobre su nivel de “Realidad” dice mucho acerca de la relación que
tenemos con las obras, con sus autores y la que ellos tienen con las grandes compañías que usan dichas obras como generadores de ganancias. No
son como en antaño parte de una tradición oral en la que se reflejan las cuestiones
fundamentales de la psyche humana o como explicaciones del mundo natural que
observamos; son en parte productos procesados, empaquetados y distribuidos con
el fin de crear regalías para sus autores. La Comunidad no es la salvaguarda de
Star Trek, es Paramount.
Sin embargo, hay
distintos niveles de interacciones entre las fuerzas creadores y monetarias y
como reaccionamos ante ellas. Un universo compartido de superhéroes, como el de
DC Comics o Marvel, es casi una Entidad Viviente (per Grant Morrison) que
engloba el trabajo de cientos de personas y que aspira a una coherencia que es
francamente imposible de alcanzar. Pero ya sea que hablemos de un constructo
resultado de una comunidad de autores o del trabajo de un solo autor, parece
que no podemos escapar la pregunta inicial: hay siempre una búsqueda incesante
de determinar qué es lo cuenta.
I.
A
Strange Visitor From…
En un comienzo,
era simple. Jerry Siegel y Joe Shuster llevaron a la compañía que ahora se
llama DC Comics un personaje que había percolado en su mentes por algunos
años, el ultimo sobreviviente de Krypton, Superman. A su alrededor, se generó
todo un mundo de superhéroes, y algunos de ellos hicieron equipo gracias a la
creación de la Justice Society of America.
La Segunda Guerra
Mundial dio pie al primer y más grande boom de los cómics de superhéroes. The
Flash, Green Lantern, Atom y muchos otros congraciaron las páginas de las
historietas, pero como suele suceder, fueron olvidados antes de que diez años
de su creación pasaran. Pero las buenas ideas no mueren, solo hibernan, y a
mediados de los cincuentas, muchos de estos héroes renacieron, manteniendo poco
más que sus poderes y tomando formas más modernas, más acorde a los tiempos.
Green Lantern ya no obtenía poderes de la magia, sino que era parte de un escuadrón
de guardianes de la paz intergalácticos. Hal Jordan no era un ingenero de
trenes, sino un piloto de pruebas – la fascinación estadounidense con la
Carrera al Espacio estaba en su apogeo.
¿Qué pasó con
esos héroes anteriores? Les fue dado su espacio particular, una segunda
“Tierra”, donde podían seguir teniendo sus aventuras. Esta idea, la
Moorcockiana explosión Multiversal, probó ser terreno fértil para los autores,
y para los 80s, gracias a una camada de autores provenientes de Marvel y
exaltados por el éxito de esa compañía, se decidió que las múltiples Tierras
era un concepto insostenible que debería de ser erradicado. DC Comics publicó
entonces su primer magno Crossover: Crisis on Infinite Earths.
Las Tierras
numeradas dejaron de existir. Sólo existía una nueva Continuidad, con una sóla
Tierra, y hubo reinvenciones, o lo que ahora es un término bastante común fuera
del medio del cómic, “Reboots”. Las historias, con las que muchos fans habían
crecido, habían quedado invalidadas. Personajes con los que habían crecido se
convirtieron en “Unpeople”, para tomar un término que el afamado – y
prácticamente orate – escritor de cómics Alan Moore usó para referirse a los
que fueron erradicados en la Crisis; no murieron, o fueron olvidados,
simplemente nunca existireron en primer lugar.
En otras
palabras, una gran parte de las historias habían dejado de “contar”
Esto no fue,
estrictamente hablando, cierto. La destrucción
Multiversal causada por el Antimonitor en la Crisis destruyo retroactivamente
las múltiples Tierras, pero fue un evento dentro del Universo DC; es decir, fue
experimentado por sus personajes y algunos recordaban la existencia anterior de
todos los mundos. DC Comics mantiene una reputación por destruir su universo de
manera regular con historias como la mencionada primer Crisis, Zero Hour o Infinite Crisis, pero la
verdad es que siente una constante necesidad de reafirmar su universo tanto
como destruirlo. La introducción del Hypertime en The Kingdom (idea cortesía de
Grant Morrison y Mark Waid) ha sido la elucidación más elegante de la
existencia eterna de todas las continuidades, pero DC ha regresado a esa idea
una y otra vez en los años posteriores. En los últimos 12 meses lo ha hecho dos
veces, primero con Convergence, donde vemos los remantes de las anteriores
catástrofes universales, y DC: Rebirth, con los personajes estando consientes
de la erradicación de su historia como parte de un vago y posiblemente nefario
plan de Doctor Manhattan, de Watchmen.
Aunque superficialmente
podemos pensar que para el universo compartido de DC la respuesta a la pregunta
¿Qué es real? Es “lo que sea que el Editor en Jefe quiere que sea esa mañana”,
en realidad, su respuesta es “Todo”. Eso no hace que DC Comics se escape de
la crítica, porque erradicar Continuidad es perjudicial para la estabilidad y
la conexión emocional de las historias que se publican en un punto determinado
en el tiempo, pero podemos decir que dicha respuesta es la más amplia que
existe. El Canon de DC abarca todo lo que se ha publicado en sus 80 años de
existencia como compañía.
II.
A
Galaxy Far, Far Away…
Mi primer
encuentro con la cuestión de la “Canonicidad” de una historia no fue sobre DC
Comics, sino con Star Wars. Para los más cínicos, el relato que salió de la
mente de George Lucas no es más que un vehículos para vender juguetes. Eso es
bastante poco halagador; también es un vehículo para vender libros, cómics,
videojuegos y programas de televisión.
Cuando empecé a
leer sobre lo que comúnmente se llamaba el Universo Expandido, había tres
niveles de “Veracidad”: el Canon lo ocupaban las películas y el material basado
en ellas como novelizaciones y radionovelas. El segundo nivel era designado
material “Oficial”, libros y cómics, principalmente. Las historias más
antiguas, como los cómics de Marvel de los 80s, o aquellas que contradecían
hechos revelados en el Canon, así como las que eran intencionalmente
“imaginarios”, se les designaba “Apócrifas”. Si ser Jedi es una religión, los
fans tenían ya la terminología adecuada desde entonces.
Esto era en los
Tiempos Oscuros, antes de las Precuelas (creo que mezclé esa metáfora). Yo sé
que es difícil de imaginar en estos días donde es impensable escribir
sobre Star Wars y no estar rodeado de un termo de BB-8, una figura de Luke
Skywalker y un Darth Vader en escala 1:6 (imagino que así son todos los
escritorios) pero hubo un periodo en el que Star Wars se encontraba casi
moribundo, mantenido sólo con libros de autores de ciencia ficción de segunda,
cómics de Dark Horse, y la promesa de que algún día George Lucas regresaría a
contar la historia de cómo Darth Vader obtuvo su problema de asma.
La segunda gran
etapa de Star Wars inició con el lanzamiento de Star Wars: The Phantom Menace
en el 1999. Los medios de difusión no cambiaron, sólo el volumen. Hubo más
libros, más juguetes, más videojuegos y, en general, más historias que
catalogar, indexar y acomodar en el cada vez más creciente universo
concerniente a las fantasías medievales en el espacio de Lucas. Para cuando volví
a poner atención, no había tres niveles de referencia para medir el valor de
las historias, había seis. Cada uno con su designación que sonaba oficial. El
nivel superior lo seguía manteniendo lo que venía directamente de Lucas y el
cine, el G-Canon, o George Lucas Canon. Las series de TV, las actuales, como
Clone Wars, tuvieron su propio nivel, por debajo de aquello de Lucas, pero por
encima del C-Canon, donde entraban la mayoría de los libros y cómics de Star
Wars que no contradecían nada que estuviera por encima de ellos. Si tenían
contradicciones, pero eran historias salvables, recibían el termino S-Canon, o
Secondary Canon. Las que no, se relegaban al estatus de Non-Canon, o N-Canon. Incluso
le dieron su propio nivel, D-Canon, a Star Wars: Detours, una serie animada que nunca se llegó a
hacer.
Algunas veces un
autor ingenioso podía jugar con esas designaciones y remediar contradicciones.
Aunque el periodo que inmediatamente precedía a Star Wars: A New Hope era
considerado fuera de los límites para los autores en su mayoría, se pensó que
era seguro darle un origen a Boba Fett como un mercenario llamado Jaster
Mereel. Star Wars: Attack of the Clones mandó esa backstory al N-Canon, hasta
que una miniserie de cómics posicionó a Mereel, no como la identidad de Boba
Fett, sino como el mentor de Jango Fett y como un nombre que Jango usaba cuando
quería ocultar su identidad. Jaster Mereel había vuelto al C-Canon.
La situación
Jaster Mereel/Boba Fett ejemplifica donde el autor principal es también parte
de una compañía generadora de historias: en ningún momento George Lucas se
sintió en la necesidad de mantener una estricta coherencia con el trabajo de
otros autores que han usado sus personajes. Podía, si quería, usar algún nombre
(como Coruscant) creado por otros, pero a fin de cuentas, su libertad creativa
y su Función-Autor era superior a la de todos los demás.
Hasta que decidió vender Lucasfilm a Disney.
Con el anuncio de
que tendríamos nuevas películas de Star Wars situadas después de Star Wars:
Return of the Jedi, fue obvio que habría una reestructuración en las historias
del Universo Expandido situados en ese momento en el tiempo; los tres o cuatro
relatos – contradictorios entre ellos – sobre la boda de Han Solo y Leia serian
degradados al nivel de N-Canon.
Lo que no se
esperaba era que todas las historias de Universo Expandido tendrían el mismo
nivel de validez que las que conformaban el N-Canon, ya sea que contradijeran
otras historias o no.
De tener 3
niveles de autenticad se paso a 6 y acabó en sólo dos: las películas, las series de televisión
modernas, los nuevos comics de Marvel y la nueva serie de libros, todas
tendrían la misma validez. Todo lo demás, se convirtió en “Leyendas”.
De un sistema de
jerarquía basado en merito (George Lucas, después de todo, es la fuerza demiúrgica
que le dio al mundo Star Wars) se pasó a un decreto corporativo que establece
una igualdad narrativa para todo lo creado bajo los edictos de dicha
corporación y la erradicación de aquello que sobraba.
Si la filosofía
de DC Comics es que todo es parte de la continuidad, la de Disney es lo
opuesto: sólo un selecto grupo de historias lo son, prefiriendo la coherencia
por sobre la creatividad.
III.
The
Gunslinger Followed…
Los mundos de DC
y de Star Wars son vastos y se componen del trabajo de muchos autores, pero
incluso el problema de Canonicidad se puede presentar en aquellos que son
comparativamente mucho más pequeños, si no en alcance, sí en colaboración. El
siguiente ejemplo es el mundo de The Dark Tower, de Stephen King.
Aunque estoy seguro
que todos saben quién es Stephen King, tal vez no estén familiarizados con The
Dark Tower. La historia trata sobre Roland Deschain, el ultimo de un antiguo linaje
de Pistoleros, guardianes de la paz y la justicia en el mundo de Mid-World, y
su búsqueda y viaje hacia la enigmantica Torre Oscura, que es el centro de
todas las realidades que existen, realidades que incluyen prácticamente todos
los otros libros de Stephen King. Como historia, es muy ambiciosa, es un
Romance (en el sentido literario) y un Western con elementos de fantasía y
ciencia ficción; es a la vez un trabajo muy amplio y muy personal para King.
Nombrar a The
Dark Tower como ejemplo pareciera fuera de lugar, de no ser porque hace algunos
años se le pregunto al entonces editor en jefe y ahora Jefe Creativo de Marvel
Comics Joe Quesada que si había un escritor con el que le encantaría trabajar y
este respondió con “Stephen King”. Este sincero derroche de admiración le llegó
a oídos de King, y pronto se llegó a un acuerdo para producir una serie de
cómics basados en The Dark Tower, una serie que inicio en el 2007 y hasta la
fecha continua siendo publicado.
Con King como
Director Creativo, el trabajo de escribir los cómics fue para Robin Furth,
asistente de King en todo lo que concierne a las aventuras de Roland, y Peter
David, un escritor de cómics que deberían de conocer porque es bastante bueno.
La mayoría de los
arcos de The Dark Tower de Marvel son adaptaciones directas de los libros de
King, pero Furth en ocasiones ha usado la serie para rellenar ciertos huecos
dejados por el autor. Los lectores de los libros conocemos poco del pasado del
Pistolero, con la excepción de uno o dos eventos importantes, pero muchos otros
son descritos de forma vaga por King. Además de completar la narrativa de
Roland, Furth expandió enormemente la mitología de Mid-World, y de las
creaturas fantásticas que lo habitan, elementos que King o no tuvo el interés
de describir en sus novelas o que no le parecieron de particular importancia
para la historia que quería contar.
Aunque
ostensiblemente King había terminado de contar su Magnus Opus en el 2003, en el
2012 regresó una vez más a Mid World con The Dark Tower: The Wind Through the
Keyhole, una novela situada entre la cuarta y quinta novela de la serie original
y, ejecutando su poder como el Autor, King contradijo gran parte de las historias
que Furth y David habían creado para rellenar los huecos en la vida del
Pistolero – irónicamente dedicando el libro a ellos.
Imagino que para
los fans de The Dark Tower es aún más sencillo tomar la versión de King como el
Absoluto que para los de Star Wars hacer lo mismo con George Lucas. O incluso
tomando el argot de la serie se pueden reconciliar (“ocurrió en otro nivel de
la Torre”) las versiones. Pero es muestra que aun cuando hablamos, no de
cientos de autores, sino de tan sólo tres – y dos con un claro respeto y
deferencia a la palabra del otro – existe un choque de fuerzas para determinar
la “Realidad”.
Existe incluso
cuando hablamos de sólo un autor.
IV.
There
And Back Again…
De todos los
debates sobre Canonicidad que he visto, el más feroz y que, irónicamente,
resalta la futilidad de su búsqueda es el respecto al Legendarium de J.R.R.
Tolkien.
(Oh, vamos, no
puede ser sorpresa, saben que eventualmente puedo reducir cualquier tema a
Batman o a Tolkien, y no he mencionado a Batman)
Todos los
ejemplos anteriores tienen algo en común: la Autoridad. La Canonicidad de sus
historias era siempre en respecto a la posición de sus Autoridades más altas.
En el caso del Universo DC, es, bueno, DC Comics. Para Star Wars, la Autoridad
era primero George Lucas, y luego, Disney. En The Dark Tower, Sai King es la
única voz que cuenta, say true. Ellos son los que determinan el Canon.
En el Legendarium
de Middle-Earth, la cuestión es todavía más obvia. Tolkien no sólo es la más
alta autoridad en lo que respecta a Middle-Earth, él es la UNICA autoridad. Pero
si confiamos en su autoridad para designar qué es lo que cuenta o no en el
Legendarium, entonces nos estaríamos perdiendo de gran parte de la riqueza de
su trabajo e imaginación.
Repasando: el
primer libro de Tolkien de Middle-Earth fue The Hobbit, que se publicó en 1937.
17 años después, en 1954, salió el primer volumen de The Lord of the Rings.
Pero la creación de Ea, todo lo que “Es”, inició décadas antes, en 1914, cuando
a los 22 años Tolkien compuso un corto poema de pocas estrofas sobre el
misterioso origen de “Éarendel”, la estrella de la noche. Desde ese momento
hasta su muerte a los 81 años en 1973, Tolkien nunca dejó de escribir acerca de
los reinos de los Elfos, los Hombres y los Enanos; de los Valar y los Maiar, y
de todas las creaturas que habitaban su mundo. The Hobbit y The Lord of the
Rings fueron las únicas dos historias que el profesor consideró apropiadas y
terminadas para su publicación.
Volviendo a la
cuestión sobre la autoridad, entonces para Tolkien, lo único que deberíamos de
considerar son los trabajos que sí terminó. Por más bellas que sean, The Hobbit
y The Lord of the Rings son sólo dos de las múltiples historias de los miles de
años de historia de Arda que Tolkien concibió en su imaginación.
Lo que nos lleva
a The Silmarillion. Este libro fue editado por Chistopher Tolkien, hijo del
profesor y albacea de su propiedad intelectual. El trabajo de Tolkien hijo fue monumental,
tartando de encontrar un orden entre el caos de los escritos sin terminar del
profesor con el único propósito de que no se perdiera todo ese precioso acervo
literario que nunca fue terminado. Gracias a él conocimos los majestuosos e
imponentes reinos de los Elfos de la primera era y nos familiarizamos con
héroes tan gallardos y valientes como los que ya conocíamos en The Lord of the
Rings.
Preservar y
respetar el legado de su padre siempre fueron las consideraciones principales
para Christopher; nunca se sintió con la libertad de reescribir a Tolkien, sino
tan sólo de acomodar sus relatos acorde a lo que siente fueron sus intenciones
finales. The Silmarillion representa una parte de las últimas versiones de los
eventos e historias, aun cuando estas versiones sean muy breves y resumidas
porque Tolkien nunca llegó a reescribirlas completamente después de sus
concepciones originales. Tolkien hijo pensaba que, por ejemplo, su rol como
editor no abarcaba el usar la versión original – y bastante completa – de la Caída
de Gondolin escrita en 1917, por lo que prefirió usar la versión resumida de
uno de los escritos posteriores del profesor.
Si nos ceñimos a
que el único “Canon” de Middle-Earth está compuesto por las dos historias
publicadas oficialmente y al trabajo de edición de Christopher Tolkien,
entonces nos estaríamos perdiendo de la descripción de las 12 Casa de los
Gondothlim, o de la última batalla del Rey Turgon en la Plaza del Rey.
La Caída de
Gondolin es la punta del iceberg. Otro ejemplo es Galadriel. Los que han leído
The Silmarillion, recordaran que la obsesión de Fëanor por recuperar las
Silmarils lo lleva a cometer la Matanza de su propia gente en los muelles de Alqualondë.
Galadriel estuvo presente, y según se relata en The Silmarillion, y aunque tenía
el mismo objetivo que Fëanor, no participó en la matanza. Esto siempre me
pareció erróneo, una opinión que compartió el profesor ya que en el último
escrito que hizo sobre el tema, conceptualiza a Galadriel no como un agente
pasivo frente a la masacre, sino actuando activamente en contra de Fëanor, algo
mucho más digno y adecuado para un personaje heroico y valeroso como Galadriel.
Tolkien hijo no pudo insertar este cambio – a pesar de que era la última
intención de su padre - por sus limitaciones autoimpuestas; Tolkien lo había
escrito no como parte de la Quenta Silmarillion, sino dentro de un ensayo lingüístico
sobre el lenguaje de los Elfos.
Perder todo eso
me parece inaceptable.
Pero incluso si tomáramos
la Última Voluntad de Tolkien como autor nos encontraríamos con problemas. Es
también un hecho que la última versión de la Cosmogonía de Arda presentaba un
planeta que era redondo, y que siempre lo había sido.
Lo que nos lleva
a contestar la pregunta inicial de “Que es lo que cuenta” con algo tan simple,
tan sencillo y tan obvio que es extraño por qué hay tanto debate sobre ello:
Cuenta lo que nosotros queramos que cuente.
En mi concepción
del relato, puedo fácilmente unir The Fall of Gondolin que Tolkien escribió
siendo un joven de 25 años con la versión que inició siendo un septuagenario y nunca terminó décadas
después de la llegada de Tuor a la ciudad. Entre esas dos, puedo tener una
visión muy clara y completa de los últimos días el mítico reino escondido de
uno de los Altos Reyes de los Noldor. En mi versión, Galadriel peleó contra
Fëanor porque claro que sí lo hizo, y el rey Felagund una vez tuvo una
apasionada discusión teológica con una anciana humana. Con todo respeto al
profesor, mí Arda inició siendo plana y se volvió redonda gracias a la codicia
y el hubris de los humanos – es una mejor historia así.
Creo que una vez
realizadas, estas historias dejan de ser propiedad de sus autores y de sus
compañías y nos pertenecen, porque somos nosotros los que les damos vida fuera
del entorno solipsístico de sus creadores.
(Estoy siendo
metafórico. Por favor, no hagan una película de Star Wars. No quiero que
Lucaslfilm los deje sin sangre)
Mi historia de
Superman inicia con Superman: Birthright de Mark Waid, y termina con Superman
viviendo feliz por toda la eternidad en el siglo 853 como vimos en DC: One
Million de Grant Morrison.
El que Disney
haya decretado que todo lo que conocíamos fuera de las películas son “leyendas”
no hace nada para que olvide a Quinlan Vos, ese Jedi Gris que escribió John
Ostrander durante decenas de números de Star Wars: Republic. Su camino siempre
al filo de la delgada línea que separa a un Jedi del lado de la Luz y el lado
Oscuro es tan fascinante y valido como la caída de Anakin Skywalker. En
palabras de John Jackson Miller, uno de los escritores de Star Wars, “Lo que
ocurre con las leyendas es que algunas son ciertas”.
Me gusta lo que
ha contribuido Robin Furth y Peter David a lo escrito por Stephen King. Me
gusta que el Hombre de Negro tenga una extraña relación incestuosa con una bola
de cristal, y me gusta que Maerlyn sea uno de las creaturas que dejó el Caos
cuando retrocedió y que eventualmente se hizo no tan malo; puedo incluso
reconciliar ambas versiones sin invocar a la rueda del Ka.
Volviendo al
inicio, DC Comics y sus eternas Crises, la mejor y más sucinta enunciación
sobre el tema fue la que dio Alan Moore cuando se le pidió terminar la historia
de Superman. Su relato, “Whatever Happened to the Man of Tomorrow”, lo describe
como una historia imaginaria.
“¿Acaso no lo son
todas?”
30 años después,
al escritor que sucedió a Moore en Superman le sigue pareciendo como una
afrenta personal. Para John Byrne, lo que hizo Moore fue decir que todas las
historias son falsas, que es lo contrario de lo que significa su aforismo; no
es que todas las historias son falsas, sino que todas son iguales.
Todas son imaginaras.
Todas son reales. Son reales porque nosotros las hacemos reales.
Incluso, algunos dirían
que son más reales que nosotros.